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Me siento con mi hijo en el reborde de ladrillos de nuestro jardín para tomar un poco de aire fresco. El contempla la vibrante planta verde de tomate frente a nosotros y la golpea sin precisión con sus manos aún torpes, tratando de agarrar las hojas. Un girasol colosal se eleva sobre nosotros, de un hermoso amarillo explotando bajo el sol del mediodía, también lo apreciamos. El tiempo es agradablemente cálido, pero no sofocante.

Estudio sus manos. Sus ojos. Su rostro. Se está haciendo grande. Está empezando a balbucear constantemente. Se ríe muchísimo cuando le haces cosquillas y tiene una gran sonrisa para cualquiera que lo mire. Está comiendo zanahorias, avena, batatas y puré de manzana. Él toma todo con asombro. Él existe en el aquí y ahora, y simplemente es.

Nos sentamos en el reborde, y pienso en lo agradecido que estoy por esto. Cómo podemos simplemente sentarnos juntos afuera a disfrutar del mundo y no tenemos que hacer nada ahora o estar en ningún otro lugar.

Me hace pensar en los viejos tiempos. El dolor. El sufrimiento diario autoimpuesto. La necesidad constante de escapar siempre de la realidad por cualquier medio necesario, sin importar el costo. Todas las cosas, todo el tiempo que regalé libremente en mi enfermedad, solo por un momento más de respiro de mí mismo. Todos los sentimientos heridos y el estrés que mi comportamiento creó en la vida de los demás. Mi total incapacidad para mantener la presencia por un solo momento en un día determinado. Gastando inútilmente la poca energía vital que me quedaba en viajes mentales al pasado y al futuro. Mentalidad de víctima. Egoísta.

Me siento aquí con mi bebé, y pienso en estas cosas, y recuerdo con imágenes mentales rápidas los años transcurridos  desde entonces. La desintoxicación. Los centros de tratamiento. Los años de reconstrucción, de hacer las cosas bien lo mejor que pude. De intentarlo, a veces fracasando, pero sobre todo teniendo éxito, a fin de cuentas. El dolor de ser honesto conmigo mismo, de ser vulnerable con los demás, el hacer un inventario, el caminar penosamente en este camino espiritual. El notable esfuerzo de limpiarme y tener una vida hermosa construida a mí alrededor a través de pura gracia milagrosa y trabajo duro. Una vida que nunca quiero regalar de nuevo. Todo el tiempo dedicado a la búsqueda del alma, la construcción de relaciones, la creación de recuerdos, la terapia, el aprendizaje, la oración y la meditación. La aceptación de que probablemente siempre aprenderé las cosas de la manera más difícil y rendirme a eso. Finalmente entendiendo que siempre seré un trabajo en progreso, que todos lo somos, y que eso está bien.

Todas esas cosas culminando a este momento en el jardín y estoy de vuelta.

El cálido sol besa nuestra piel. Una mariposa monarca agita sus alas delicadas más allá de nuestras caras y se posa en un girasol. Ambos lo vemos; ambos estamos aquí para ello. El dulce aroma del jazmín flota en el aire. Un lagarto beige calienta su vientre en el concreto cercano y nos observa cuidadosamente. Estoy cansado. Estoy enfermo (pero no como solía estarlo). Soy consciente. Estoy presente. Estoy aquí y no hay nada en el mundo que jamás cambiaría, o regalaría, por este momento.

Las personas sanan todos los días; todo es posible. Nunca es demasiado tarde, y nunca se está tan hundido como para no poder ser salvado.

Posdate – Solía tomar todo esto como un acto de servicio. Algo que hacía estrictamente para otros. Y aunque mi principio fundamental siempre se ha basado en brindar esperanza a las familias e individuos que luchan, me he dado cuenta de lo importante y terapéutico que esto también es para mí. Se siente bien escribir la forma en que me siento, las cosas por las que estoy pasando y los lugares en los que he estado. Lo bueno y lo malo, por igual. Me ayuda a tener una perspectiva en mi vida que a veces pierdo en el ajetreo y el bullicio de la vida cotidiana, con una familia de cuatro y un trabajo de tiempo completo, y la multitud de otras circunstancias que surgen en este loco juego de la vida. Puede ser fácil perder tu presencia. Algunos días me siento que estoy saltando de una tarea a otra sin tiempo, ni nada de sustancia en el medio. Escribir me ayuda a recuperar eso. Me ayuda a practicar la gratitud, un mecanismo de afrontamiento duradero que debería estar en el conjunto de herramientas de todos. Me ayuda a reflexionar de manera positiva sobre lo lejos que me ha llevado la vida: las profundidades en las que me he hundido, los picos que he escalado y todo el resto entre medio.. Entonces, con eso, me gustaría agradecerles por ser la audiencia de todo. Por la oportunidad. Por dejarme ver, y ser, yo mismo. Gracias.

Con amor

Sean – En recuperacion