Mi esposo y yo tenemos un hijo y una hija. Su infancia fue maravillosa para todos nosotros, ya que pasamos los fines de semana de los veranos en los lagos y los inviernos en las dunas de arena. Nuestros hijos eran aquellos cuyos padres de los demás siempre decían: “¡Hombre, incluso le traen el cambio cuando les da dinero para el helado!” ¡Éramos la familia que pensaba que esto nunca podría pasarle a nuestra familia!

Nuestro hijo jugaba al fútbol americano, le encantaba hacer wakesurf detrás de los barcos, montar vehículos todo terreno, hacer motocross y conducir el carrito-buggy en las dunas de arena. La escuela no era su fuerte, ya que batallaba con la lectura y a menudo se sentía “menos que”. Pero tenía una memoria de acero mucha facilidad de hacer reír a los demás.

No supimos de sus dificultades con las drogas hasta un año después de su graduación de la escuela secundaria cuando su novia vino a nosotros Fue una sorpresa total para nosotros, pero después de mirar más de cerca, vimos señales de alerta de que su consumo de drogas probablemente comenzó su último año de escuela secundaria.

Saltamos al modo “arreglarlo”, probando suboxone porque él nos lo pidió. Eso fue un desastre inútil. Intentamos todo, desde tirar dinero al problema, hasta vigilarlo con pruebas semanales de drogas y contratos para vivir en nuestra casa. Insistimos que asistiera a terapia,, lo llevamos a rehabilitación tras rehabilitación y finalmente le dijimos que ya no era bienvenido en nuestra casa a menos que estuviera sobrio. Ese fue el día en que sentí que habíamos perdido a nuestro hijo por una muerte en vida.

Un año fue a completar una rehabilitación de 13 meses. Pensamos habíamos recuperado a nuestro hijo… así fue, pero a los seis meses recayó. Pasó los siguientes tres años en las calles. Avistamientos ocasionales o llamadas telefónicas nos hicieron saber que estaba vivo y que todavía había esperanza. Ya no lo apoyábamos financieramente de ninguna manera, pero siempre le hacíamos saber que era amado, y que estábamos aquí para darle una mano, no para darle limosnas, cuando estuviera listo.

Unos tres meses después de enterarme de su adicción, comencé a buscar ayuda y probé varios grupos que no eran adecuados para mí. Luego asistí a un evento donde se presentó PAL. Pasé los siguientes cuatro años asistiendo a la reunión semanal. Honestamente, no sé si lo hubiera sobrevivido, si no hubiera tenido este grupo de apoyo ¡y Dios en mi vida! Aprecio la filosofía de PAL de que estamos aquí para ayudar a los padres a encontrar alegría nuevamente, no para ayudarles a arreglar a su hijo adulto.  Cuando escuché esto por primera vez, me burlé pensando que nunca volvería a ser feliz hasta que nuestro hijo se curara. Nuestro matrimonio casi se rompió, ya que ya no estábamos en la misma página sobre cómo ayudar mejor a nuestro hijo. Agradecidamente, Dios puso en mi corazón seguir compartiendo lo que había aprendido en PAL con mi esposo. Sé que con el tiempo se sumergió, y él también comenzó a hacer los cambios necesarios para dejar pasar y dejar entrar a  Dios en la vida de nuestro hijo.

Nuestro hijo decidió entrar en rehabilitación por su cuenta hace más de dos meses. Pudimos abrazarlo por primera vez en tres años y no puedo decirle cómo se sintió eso en el corazón de esta mamá. Me quedo en el primer piso del Hotel Esperanza y me concentro en disfrutar de los momentos. Tal vez, este es su momento…  Ha sido un largo, doloroso, asombroso crecimiento y un viaje lleno de fe de 9 años que sé que es un maratón para siempre. Pero he encontrado que la declaración de PAL no solo es posible, sino verdadera. He encontrado alegría en mi vida otra vez. Ahora sé, sin lugar a dudas, que no hay nada que podamos hacer para arreglar a nuestros hijos. Es su viaje, su tiempo, y nuestra inserción en el caos solo lo extiende y destruye nuestras vidas también. En cuanto a mí, ¡continuaré orando sin cesar por nuestro hijo y por sus seres queridos!

-Una mamá PAL

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